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El desafío de Siria. Por qué EE.UU. no debería atacarSi Estados Unidos actúa como un justiciero solitario e interviene sin aprobación de la ONU, dice la autora, daría un paso en falso de graves consecuencias

La Nación
Irma Argüello

3 de Septiembre 2013| Link al artículo original

Si Estados Unidos actúa como un justiciero solitario e interviene sin aprobación de la ONU, dice la autora, daría un paso en falso de graves consecuencias

La pertinencia del rol de Estados Unidos como justiciero del régimen de Bashar al-Assad ha llevado a una gran controversia dentro y fuera del país. Mientras el Congreso norteamericano empezará a discutir a partir del próximo lunes si le da su autorización al presidente Obama para realizar un ataque militar limitado, como respuesta al uso de armas químicas por parte del gobierno sirio contra su propio pueblo, la mayoría de las potencias aliadas, excepto Francia, han decidido no acompañar el ataque, mientras Rusia y China se han opuesto terminantemente a cualquier intervención. Estados Unidos estaría prácticamente solo en este rol de justiciero y, por eso mismo, una incursión de estas características podría convertirse en un paso en falso de adversas consecuencias globales.

Hay muchas razones para no atacar a Siria en forma unilateral.

La primera es que un ataque así planteado no prevendría necesariamente el uso futuro de armas químicas. Siria cuenta con el arsenal más grande de Medio Oriente, con lo cual es difícil, si no imposible, prevenir un nuevo uso con sólo neutralizar los medios con que los agentes químicos son dispersados. En otra escala, cuando la secta Aum Shinrikio contaminó con gas sarín el subte de Tokio, en 1985, y dejó 13 muertos y 1000 personas seriamente afectadas, los perpetradores dispersaron el agente químico directamente desde bidones, lo cual es una posibilidad abierta en un caso extremo.

Los rebeldes también poseen y utilizan agentes químicos. Vladimir Putin ha manifestado poseer evidencia de que el incidente de Ghouta, donde ocurrió el ataque químico del 21 de agosto, fue en realidad un accidente debido a la impericia de las fuerzas opositoras. En este marco de confusión donde se pelea palmo a palmo el territorio, variados agentes químicos pueden ser utilizados como armas, de ahí la necesidad de pruebas indubitables y del manejo internacional transparente de las evidencias respecto de las responsabilidades.

Un punto de extrema preocupación es el alto riesgo de escalada del conflicto, que podría alcanzar fácilmente un nivel regional, o incluso global. Subyace la amenaza de que la cadena de eventos lleve las hostilidades a países vecinos como Jordania, Líbano, Turquía e Israel. También que se fortalezca el rol de Irán, aliado de Siria en la región, y en una escala superior, que se profundice el deterioro creciente de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, en las que se basa aún hoy, después de la Guerra Fría, el balance de poder en el tablero global.

El cuarto punto que debe ser analizado con cautela es el potencial agravamiento de la catástrofe humanitaria en la zona. Siria, con más de un millón y medio de desplazados a países de la región y alrededor de dos millones de desplazados internos, se encuentra en una situación de altísima precariedad. Existe el riesgo de bombardear por error los depósitos de armas químicas en poder del régimen. Además, el ataque traería aparejado un endurecimiento del régimen sirio que podría afectar los contingentes de ayuda humanitaria.

Un punto fundamental es el daño que se inflige al sistema de Naciones Unidas con una acción sin respaldo internacional. Si bien perfectible, el sistema actual puede considerarse como una reserva de ecuanimidad. El daño al multilateralismo es considerable cada vez que se minimiza el rol de la ONU y el control legal del uso de la fuerza por parte del Consejo de Seguridad cuando afloran disidencias entre los miembros más poderosos.

La comunidad global está dando un claro mensaje de alerta en oposición al unilateralismo, a la falta de legalidad, pero también de legitimidad internacional de una acción como ésta. Se compara la situación actual con la que llevó a la invasión a Irak, basada también en denuncias respecto de armas de destrucción masiva, que nunca fueron confirmadas.

Otro riesgo considerable es que el ataque podría acelerar un proceso de deterioro en Siria que lleve a su transformación en un estado fallido. En tal escenario, organizaciones terroristas de diferentes signos podrían operar con total impunidad. Y está claro que los principales perjudicados serían los aliados de Estados Unidos.

Un punto esencial por tener en cuenta es que el debilitamiento y eventual caída del régimen de Al-Assad beneficiaría a Al-Qaeda. La organización terrorista actúa del lado opositor a través del grupo Jabhat al-Nusra. Si Siria cayera en una situación de disolución, podría convertirse en un lugar ideal para que Al-Qaeda se recupere y vuelva a prosperar.

Por otra parte, además de los riesgos de una intervención unilateral, se estima que es improbable que una acción de esta naturaleza pueda producir un gran vuelco en el curso de esta guerra civil que ya ha provocado más de 100.000 muertes. Para lograr un cambio contundente por medios militares hace falta un involucramiento más ambicioso y comprometido de Estados Unidos y sus aliados; un paso extremo, dada la presente situación.

Es mucho lo que estará en juego la semana que viene en el Senado de los Estados Unidos. No se trata solamente de optar, como se ha planteado, entre la inacción frente al uso de las armas químicas y la acción de cualquier modo. Se trata de optar por una acción responsable dentro del marco del multilateralismo y de la ley internacional.

Por eso es imprescindible reconocer el rol del Consejo de Seguridad como el ámbito adecuado para el tratamiento de actos violatorios como los que se denuncian. Tanto Estados Unidos como Rusia deben ser transparentes para presentar pruebas respecto del uso de armas químicas en Siria, pero debe ser el organismo multilateral quien autorice las medidas punitivas a los perpetradores.

Una alternativa complementaria sería convocar una cumbre de paz para debatir formas equilibradas de superar el conflicto. En virtud de los impactos humanitarios se deben redoblar los esfuerzos para mantener como premisa la protección de la población civil y, por ende, el total aseguramiento de los arsenales químicos que hay en la región.

Como señaló el papa Francisco, el uso de la violencia no trae la paz: la guerra llama a la guerra y la violencia llama a la violencia. El diálogo y la negociación, con el apoyo de la comunidad internacional, es la única opción en este conflicto.

El poder implica responsabilidad. En este sentido, la cooperación en el marco de las Naciones Unidas y el acercamiento responsable de las diferencias entre Estados Unidos, Rusia y China son claves para allanar la vía política que abrirá una oportunidad de paz para Siria y para la región.



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